Saber lo que dicen de nosotras, sin miedo.
De feminazi a ridícula depresiva.
Hace un año leí Dicen de mí, el libro de Gabriela Wiener donde las personas cercanas a ella hablan de ella, cuentan cómo la conocieron, qué recuerdos tienen, qué opinan y qué sienten con ella. Acompañé a Gabriela en la presentación de su libro en Cusco, para mí es un libro retador, pues cuántos de nosotros y nosotras nos atreveríamos a leer todo lo que los demás dicen y piensan de nosotros/as mismas. En la dedicatoria de mi libro se lee <<Para Clarys, la más radical de las feministas cusqueñas, para que sigamos hablando de nosotras sin miedo>>, aquí va mi primer intento.
Considero que soy de las mujeres que se construyen a través de las palabras. Se construyen y re modelan, en realidad. Pero estas palabras, las que decimos sobre nosotras, con las que nos presentamos, las que responden al ¿quién soy? no son las únicas que nos acompañan. Las palabras de los demás también nos crean, o nos destruyen según sea el caso. Hacen que nuestro nombre esté acompañado de muchos más significados. Pero, cuántos de estos somos nosotras en realidad
Por mi labor de activista recibí muchísimos epítetos, desde valiente, pasando por loca extremistas, linda, hasta feminazi (nombre que a muchas nos ha caído en algún momento). Palabras que vienen de todos lados, de conocidos y desconocidos y se añaden a lo que tú haces o eres. Por ejemplo, “ella es Clarys, activista” o “ella, la radical feminazi”.
En mi intento por hacer política, también recibí muchos adjetivos y nombres: terruca (un clásico), divisionista, mediocre, demasiado joven, demasiado mujer (esto lo deduzco), valiente otra vez. Así se fueron sumando opiniones y juicios sobre mí.
Esta semana denunciaron a un supuesto aliado feminista, que en realidad era un macho más (como los muchísimos que hay y ahora fingen indignación por el machismo). Él se refería a las mujeres como su territorio, cosificándolas y reduciendo toda su persona a un ‘’me la caché’’, yo conocía a este tipo y quise saber qué decía de mí, porque era obvio que le encantaba hablar de las mujeres. Ridícula depresiva. Esas fueron las palabras que usaba para mí. Ridícula depresiva, pues él sabía que yo iba a terapia psicológica y que pasaba mucho tiempo sin ganas de la vida misma. Ridícula depresiva, se añade entonces a mi glosario personal.
Ahora que comparto mis opiniones en este blog, y en anteriores ocasiones que a través de videos dije lo que pienso, los usuarios de Facebook me han llamado de distintas maneras, algunas más agresivas que otras. Algunas más hirientes que otras. Algunas más duras y otras más reconfortantes. Palabras que a ellos se les explotan de los dedos, llegan hasta mí y que leo, ahora, con menos temor, porque ya no escapo ni de las críticas, ni de los insultos, ni de los epítetos.
Si me atrevo a escribir, también tengo que atreverme a leer qué dicen de mí, porque de alguna forma es mirarme en un tercero, ajeno, lejano o cercano, que desde su particular visión me significa. Este ejercicio, nos ha dado miedo por mucho tiempo, porque la sociedad nos ha enseñado a caer bien y ser agradables siempre a los demás y casi nunca a nosotras mismas, es fundamental para saber qué somos y qué no.
Ahora es cuando me miro en otros ojos, en otras letras y puedo distinguir qué soy y qué no. Qué adjetivo me define, cuál me denigra o cuál no se acerca a mí. Un trabajo que cada una debería hacer a diario; sacar y botar todo lo que no nos representa. Porque al final, la única palabra y opinión que va a definirte, construirte y crearte es la tuya misma, así que hablemos de nosotras sin miedo, desde adentro y con mucho más amor.